NO MÁS

Cuando se me rompe el sol al observarte, atrás se quedan y pierden los recuerdos que dejaste caer sobre mi piel; y atrás quedan también las sombras que algún día se aventuraron a creer que todo sería tan fácil como pestañear o como rasgar el aire con un puñetazo. Ilusas.

Respiro silencio y oscuridad, igual que si de pronto las profundas aguas del océano me hubieran sumergido sigilosamente, hasta el fondo, en un lugar donde nadie puede comprender mis balbuceos, un lugar en el que ni siquiera yo soy capaz de distinguir mis lágrimas.

Mi cuerpo se inunda contigo lentamente mientras mi reflejo se desvanece en tus pupilas, empañadas con los torpes gemidos que exhala mi boca. No consigo recordar por qué sigo aquí, impulsándome a patadas en busca de una superficie que no atino a ver, tragando lágrimas que piden a gritos salir cómo sea, aunque tengan que abrirse paso a mordiscos salados en mi garganta.

El espejismo de tus manos me impulsa hacia arriba y cuando estoy a milímetros de rozar las yemas de tus dedos con las mías, se desvanecen, como un estanque en medio del Sáhara a los ojos de un hombre que daría su vida por un grano de arena convertido en agua.

Dicen a menudo eso de que con existir no basta, que para tocar la felicidad se debe vivir dando el alma por despertar cada día y abrazar el tiempo con una sonrisa atada con cadenas de acero.

Dicen que mientras contemos las horas las distancias serán largas y los días cortos; que cada momento merece ser vivido como si éste fuera el último y único de tu vida.

Dicen que no existen las cosas imposibles si la determinación y la valentía entran en el escenario.

Y dicen que, si existe algo por lo que luchar, ya se tiene una razón para dejar de existir y comenzar una vida.

Yo por otro lado, no he dejado de pelear, de romperme el corazón en un inmenso campo de guerra en el que no existen adversarios, en el que todo es tan sólo una pantomima que yo he creado, que yo he luchado sin haber guerra alguna que ganar.

Cada día me siento más impotente y menos viva, en una existencia que no me gusta saborear, en la que falta la parte esencial, en la que dormir y soñar dejó de ser la solución, en la que duele cada movimiento imparable del segundero. Una existencia en la que solo me toca esperar, un eterno parchís jugando con un dado sin el número cinco.

Guardo en un bolsillo todas esas palabras que te diría cada día que pasa. Guardo los "tequiero"s, y también me guardo los "teodio"s. Guardo los "podriamosiralcine", los "teechodemenos", los "yanoséquemáspuedohacerparaimportarte", los "estoyhartadequejueguesconmigo", los "meestasdestrozandolavida", los "nosévivirsintí" y los "nopuedoesperaravertedenuevo".

Guardo tantas palabras que a veces el bolsillo se rompe y todas se esparcen por el suelo, se enredan entre mi pelo, se pegan en mi piel, me arañan y queman... Esas veces en las que estalla el bolsillo una locura se extiende entre las hebras y deseo comenzar a lanzarte a puñados esas palabras, arrancármelas de la piel y que se claven como dardos en la tuya, que también se descosan mis lágrimas y se inunde el parqué. Que al menos por dolor te des cuenta de que estoy aquí, existiendo o malviviendo, como quieras llamarlo, pero que no puedo seguir tragando palabras que tu no quieres recibir en tu impecable bolsillo.

Si... esas veces desearía desahogarme y tras regresar a la superficie tomar una bocanada de aire fresco que me vaciase de arriba a abajo. Es una pena que la valentía no esté en el guión, y que con resignación me agache a recoger cada palabra, una por una, de vuelta a su bolsillo. Y de nuevo, con el peso de las palabras que nunca te digo, no moverme del fondo del cual vuelvo a creer que nunca debí intentar emerger.

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