Azul desteñido

Estoy tan mareado y perdido que olvido cerrar la puerta mientras arrastro los pies por la alfombra que está llena de pelos de Mauro. Intento gritar tu nombre, pero no atino a mover la boca como es debido y se me enreda la lengua.

La luz de la mañana entra suavemente acariciando las cortinas, en silencio, llenando la estancia de luz blanca. Al fondo se dibuja aquella silueta que me hace tan feliz, y sonrío mientras en el espejo un hombre demacrado me devuelbe la sonrisa.

Mauro maúlla a lo lejos y araña la puerta del dormitorio que debí dejar cerrada al salir. Pobre Mau pienso, quién sabe los días que ha pasado el desgraciado animal lejos de su cuenco de leche.

Tu sigues allí, al fondo, dándome la espalda, tumbada e inmóvil. Me desenredo de la escalofriante sonrisa del hombre en el espejo y camino en tu busca, muy despacio.

El suelo está enterrado bajo el polvo, polvo que también reposa sobre tu pelo negro y tu vestido azul desteñido. Recojo tu mano con cautela y torpemente consigo espantar las pequeñas motas grises de tu anillo, nuestro anillo, con un suspiro. Tu piel está tan helada que un escalofrío recorre mi espalda, desde la coronilla hasta los pies, pero yo aún estoy demasiado aturdido como para levantarte del suelo y cuidar de ti como siempre debiera haber hecho.

Recuerdo una noche gris en que me dijiste que nunca escucharía la palabra no saliendo de tus labios, que eras mía y ya nada podías hacer. Lo dijiste y mojaste mi camisa con una gran lágrima salada, de esas de cocodrilo, y yo me quedé callado, sin nada que decir.

Me partiste el alma Julia, lo hiciste sin piedad, y yo pensé que no merecía eso a pesar de todo (de todo). Y ahora te veo ahí, fría, deshecha en cenizas...

Sigo sonriendo mientras los fragmentos de alma se me escapan por los ojos.

Dejando correr el segundero de mi reloj, ignoro por completo si estás aquí o me has dejado, si estoy dormido o viviendo cabeza abajo... todo da vueltas.

Mauro maúlla melancólicamente.

Pobre animal, ya no queda leche...